jueves, 27 de enero de 2011

Tratado sobre el Karma, motivos para el bien y el mal.

karma.
(Del sánscr. karma, hecho, acción).
1. m. En algunas religiones de la India, energía derivada de los actos que condiciona cada una de las sucesivas reencarnaciones, hasta que se alcanza la perfección.
Real Academia Española

                 El bien y el mal no son fuerzas cósmicas, son tan solo valores humanos que nos permiten calificar dos tipos de maneras de obrar y actitudes también humanas. Sin temor a equivocarnos, podemos definir el bien como todo aquello que está orientado al beneficio en los demás y el mal como todo aquello que se centra en uno mismo. Por lo general, los rasgos que los caracterizan son; uno es constructivo y el otro es destructivo, uno consiste en la colaboración y el otro en la competencia, uno es unión y el otro división, uno es generosidad y otro es egoísmo, y uno es largoplacista y el otro cortoplacista. A partir de este punto usaremos bien y mal para nombrar estas actitudes o comportamientos.

El karma sería una energía metafísica (invisible e inmensurable) que se deriva de los actos de las personas. Según esta doctrina, las personas tienen la libertad para elegir entre hacer el bien y el mal, pero tienen que asumir las consecuencias derivadas. Generalmente el karma se interpreta como una «ley» cósmica de retribución, o de causa y efecto. El karma explica los dramas humanos como la reacción a las acciones buenas o malas realizadas en el pasado más o menos inmediato.
                                                                                                                     Wikipedia

                No me gustan las argumentaciones empiristas. Detesto escuchar cosas como: “Si Dios existe, ¿por qué hay guerras?”. Sin embargo, siendo el karma un concepto religioso, carente de toda lógica y sólo defendible mediante el empirismo, me veo obligado a combatirlo en ese mismo campo. Con posterioridad explicaré brevemente, no hay necesidad de muchas líneas, por qué considero que la concepción kármica del mundo es moralmente invalida. Confío en que sabréis perdonar el tono casi absurdo e infantil de algunas de las líneas que encontrareis a continuación.

                Según la ley del karma si obramos mal nos ocurre el mal si obramos bien nos ocurre el bien. Esta es la visión del karma que es más popular en la actualidad. Inevitablemente me pregunto ¿qué mal ha hecho un niño que sufre complicaciones medicas o muere al poco de nacer. Sería absurdo entrar a valorar si han pagado por sus malos actos todas las personas malvadas que mueren. ¿Dónde está la justicia kármica en estos casos? No es difícil concluir que, sencillamente, no la hay. Algunas concepciones del karma indican que el mal o buen karma pasa de una vida a otra. Sin embargo, esta visión implica que el karma no afecta nuestra vida actual en base a nuestras decisiones presentes, sino que pagamos por lo que hicimos en otra vida y en las sucesivas pagaremos por lo que hacemos en la presente. Por lo que todo consiste en la coacción, en un premio/castigo después de la muerte. Algo que en occidente no es para nada novedoso, conocemos bien y que a mi me gusta llamar asusta-viejas. No es una verdadera fuente del bien, porque si obramos con bondad para evitar un castigo posterior, no somos buenos, somos unos cobardes. Si lo hacemos para recibir una recompensa somos egoístas e interesados. En realidad el karma no es más que otra expresión religiosa de la necesidad humana de una justicia retributiva como respuesta a una realidad natural.

“El karma es muy cabrón.”
                                                                                                                       Anónimo

                Los motivos para el bien y el mal tienen un marcado carácter antropológico, puesto que son conceptos que parten desde y, en la mayoría de los casos, hacia el hombre. Cuando un ser humano necesita un recurso generalmente entra en conflicto con los demás individuos. Ante él se abren dos opciones; actuar como sociedad o actuar como individuo. Si elige esto último y decide competir con otros por el recurso, le convendrá eliminar o socavar la posición de sus competidores, con ello disminuye la presión de la demanda y obtiene una mejor posición de cara a lograr su fin. Además su actitud pretende monopolizar el recurso y por tanto privar del mismo a los demás independientemente del daño que esto les pueda causar. Tanto la actuación, como la respuesta a la misma son destructivas. Ha cumplido su objetivo pero a costa de los demás o sin contar con estos y posiblemente tendrá que hacer frente a represalias, que van desde la venganza hasta el rechazo del grupo. Es una solución cortoplacista, si no en el tiempo si al menos en el pensamiento. La gente buena sin embargo actúa en sociedad y para el bien de esta. La explicación sencilla es que trabajando en grupo se explotan y reparten de manera más eficiente los recursos de modo que se cubran el menos mínimamente las necesidades de la mayoría, sin tener que arriesgarse a la agresión. Pero hay mucho más, los motivos que nos llevan a hacer el bien no son muy distintos a los que nos llevan a arar los campos. Modificamos el entorno en nuestro beneficio, entendiendo por entorno el conjunto de la comunidad. Al hacer el bien en nuestro círculo cercano esperamos que este se vuelva más benigno para nuestro desarrollo. Es una actitud a largo plazo. La ley  kármica como vemos es tan solo una expresión de esta realidad. Toda sociedad promociona el bien como forma de actuar, porque es en última instancia en lo que se sustenta. Ninguna civilización que pretenda perdurar puede basarse exclusivamente en el egoísmo y la competencia, aquella que lo pretenda será tarde o temprano aniquilada por uno de sus individuos.


                Ya hemos visto que la ley del karma tiene un sentido antropológico, que no por natural debemos dejar de calificar como interesado y cobarde y que además no dista de lo que se sugiere en otras fuentes de moral. Así pues, ¿cómo debemos obrar? y ¿con qué motivaciones? No es fácil de decir. Puede que en realidad no se trate más que de una elección personal que debemos fundamentar en la clase de vida que queremos llevar y en la clase de mundo en el que queremos vivir. Algunas personas necesitan la emoción de obrar mal, el miedo a la represalia, ese fugaz sentimiento de superioridad para alimentar sus egos. Otros disfrutan con la compañía de los demás y dan valor a su existencia sintiéndose parte de un grupo. Pero como hemos dicho, todo aquello que tiende a uno mismo es malo, aunque el resultado aparente sea el bien. Si queremos obrar el bien con pureza deberemos abstraernos de las motivaciones, cada uno debe decidir cual quiere que sea su peso y su influencia en el mundo. La recompensa y el castigo no deben ser tenidas en cuenta a la hora de afrontar las situaciones. Cierto es que esto va contra la naturaleza animal del hombre pero, ¿no es la moral una herramienta para la contención de nuestros impulsos naturales? La recompensa del bien es y debe ser el bien realizado, haber tenido la oportunidad de ayudar a otros, sin contrapartidas. La recompensa del mal es el mal realizado, y todas las sensaciones y premios que le aporta al individuo.

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